No nos está permitido perder el tiempo. Vamos de un lado a otro y aun de
la inactividad procuramos extraer provecho y conclusiones. Cuando no
producimos nada concreto nos engañamos con el placebo de la
“experiencia”, que se produce a sí misma: máquina hermosa y
autosuficiente que habría deleitado a Leonardo. Cuando temblamos por la
resaca y vomitamos en la regadera y pasamos la mañana espantando el
fantasma de la derrota con abluciones y café y lecturas clásicas decimos
que la experiencia es un pájaro negro encerrado en el cuarto. Y
entendemos que está bien que así sea, porque es jueves, y es verano, y
todos los errores que hemos cometido para llegar hasta aquí son finalmente
nuestros –hijos rosados en la primera infancia que juegan futbol en los
callejones, en las plazoletas vacías de la cabeza–. Cuando nos sentamos
como exánimes en el filo del ocio y nos sentimos nimbados por el miedo a la
muerte como un Cristo Pantocrátor en anfetaminas decimos que el envés
plateado de las hojas en el parque de enfrente es un saludo modesto que
nos dirigen las cosas invisibles, y lo aceptamos porque es jueves, y es
verano, y hace tiempo que no nos permitíamos rompimientos de gloria
completamente disociados de las producciones culturales al uso. Y a veces
está bien que lo hagamos. Que perdamos el tiempo, quiero decir; que
abracemos el pánico como a un padre marchito. Porque es jueves, y es
verano, y las horas se acaban más pronto que tarde. ~
Daniel Saldaña París. Mais informação, aqui.
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